La forma sutil e indirecta de
conseguir “la entrega” de los residentes a una conducta honorable, ha sido
ejemplarmente puesta de manifiesto, muchos años después de clausurarse el
centro, por Gabriel Celaya en las siguientes estrofas, que, además, evidencian
el método empleado –el ambiente y el ejemplo- y, de forma más general, la
pretensión reformista y el alcance de la Residencia de Estudiantes:
“¡Cuántas
veces allí, señorito rebelde ,
intenté
suficiencias, procuré dar estado
a
una estúpida furia y a un afán sin objeto!
Mas
era inútil. Nada gritaba yo gritando.
Nadie
me levantaba paredes, ni oponía
A
cuanto yo pedía coerciones o engaños.
Nadie
me restringía. Nadie me atropellaba.
Todo
era en torno un orden tranquilo funcionando.
Y
allí Del Río Hortega, y allí García Lorca
como
locos, más siempre fijos en su trabajo.
Miré
en torno y entonces sentí la gran vergüenza
de
ser pobre diablo que hace gestos en vano.
No
sé quien me ha enseñado. No sé como dictaba
a
aquellos que llegaron sólo un poco más tarde,,
con
baúl y raquetas, gramófono y dandismo,
esto
que nos hacía limpios y responsables.
Se
bebía en el aire. Se sentía en los otros.
Era
mi Residencia como un mundo más grande.
¡Más
grande! Y, sin embargo, sin gestos ni aspavientos,
como
aquella sonrisa buida que flotaba
en
ti, Moreno Villa; como en Llorca, menudo,
humilde y laborioso, con su corbata blanca;
o en Ricardo Orueta con su amor: La belleza
visible
en el atleta de la última Olimpiada.
Había
todo esto, y antes, la Prehistoria:
Pepín
Bello, Dalí, Lorca, Buñuel y Prados:
Unos
bellos excesos y una limpia locura
que tras la primavera dio el fruto de un
trabajo
cumplido
sin pensarlo, vivido en la alegría
que así, contra el vacío, disparó un amor vasto.
Hoy
todo esto parece casi mitología.
Mas
no es sólo un recuerdo, mi siempre España en alto,
distinta la pobre que aún estamos sufriendo.
Porque
eras tú, la indemne, posible, que he besado
y
seguiré besando, pese a todo creyendo.
Colina
de los Chopos, ¿hasta cuándo, hasta cuándo?
(…)
Recuerdo
a don Alberto Jiménez Fraud, tranquilo,
gobernándolo todo como quien no hace nada.
Recuerdo
a don Miguel, y a Juan Ramón, y a Ortega,
y
el susto que me daban si de pronto me hablaban,
y
el interés humano que yo, estudiante equis,
en
ellos despertaba, conmigo levantaban.
Sin
sentir, nos armaron hombres y aquí seguimos
como
nos enseñaron, durando contra todo,
llorando,
mas también mordiéndonos los puños,
mordiendo
mucha muerte mas clavando los codos,
trabajando, mostrando que somos los de
siempre,
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