Salvador Dalí se instala en la Residencia de Estudiantes en
el otoño de 1922, coincidiendo con su primer viaje a Madrid y su inscripción,
para seguir la carrera de pintor, en la Escuela de Bellas Artes de San
Fernando, tras realizar un examen de ingreso. Su padre, el notario Figueras
Salvador Dalí y Cusí, y su hermana Ana María, que le acompañan, se hospedan
asimismo unos días en la Residencia, prueba indudable de la flexibilidad del
centro.
El aire poco convencional del joven pintor, que, nacido el
13 de mayo de 1904, tiene entonces dieciocho años –“la indumentaria de Salvador”,
escribe Ana María Dalí, “llegaba ya a un grado de extravagancia alarmantes. (…)
La melena le cubría enteramente el cogote; la chalina asumía unas proporciones
enteramente anormales; llevaba, además una boina negra y peluda, y una capa muy
extraña”-. El propio Salvador Dalí recuerda especialmente que durante una
sesión cinematográfica a la que asistió con su familia en esos días “todos se
volvían para mirarme, como si fuera una cosa muy rara. Con mi chaqueta de
terciopelo; mi cabello, que llevaba como una niña; mi bastón de puño dorado, y
mis patillas, que bajaban hasta más allá de la mitad de mis mejillas, mi
aspecto era en verdad tan exótico e insólito, que me tomaban por actor de
teatro”.
La primera impresión que el pintor produce, recién llegado,
en los residentes parece estar fuertemente marcada por su aspecto estrafalarios
que, por lo demás, acentuaría en los primeros mese de estancia en la
Residencia: “Compré un gran sombrero de fieltro negro –escribe Salvador Dalí,
rememorando ese periodo,- y un apipa que no prendía ni fumaba nunca, pero que
mantenía constantemente colgando a un lado de mi boca. Me asqueaba el pantalón
largo, y decidí llevarlo corto, con medias y a veces bandas. Los días de lluvia
llevaba un impermeable que había traído de Figueras, pero tan largo que casi llegaba
al suelo. Con este impermeable, llevaba el gran sombrero negro, del cual surgía
mi cabello a cada lado como crines”. Buñuel, que le describe como “un muchacho
tímido, con una voz grave y profunda”, y le atribuye “una viva irritación hacia
las exigencias cotidianas de la vida”, destaca, además de su largo pelo, su “atuendo
extravagante, consistente en un sombrero muy grande una chalina inmensa, una
americana que le llegaba hasta las rodillas y polainas”. Su retraimiento, su
timidez, rasgos a los que además de Buñuel hacen referencia otros testimonios –“Salvador
Dalí, entonces, me pareció muy tímido y de pocas palabras”, recuerda Alberti. “Me
dijeron que trabajaba todo el día, olvidándose a veces de comer o llegando a ya
pasada la hora al comedor de la Residencia”-, y que Moreno Villa resalta en un
penetrante retrato del entones joven residente –“Delgaducho, casi mudo,
encerrado en sí, tímido (¿quién lo dijera?), como un niño abandonado por
primera vez o separado violentamente de su padre y de su hermana, melenudo, no
muy limpio, enfrascado siempre en las lecturas de Freud y de los teorizantes
modernos de la pintura!-, le mantiene los primeros meses al margen de la vida
residencial y sin contacto alguno con el grupo al que posteriormente se vincula
tan íntimamente.
Resumiendo esta etapa de soledad y aislamiento, de dedicación
exclusiva a la pintura, escribe Dalí: “Me lancé a mis estudios en la Academia
con la mayor resolución. Mi vida se reducía estrictamente a mis estudios. No vagaba
ya por las calles, no iba al cine. Salía sólo para ir de la Residencia de
Estudiantes a la Academia y para regresar de la Academia a la Residencia. Evitando
los grupos que se reunían en ésta, iba directamente a mi pieza, donde me
encerraba para continuar mis estudios. Los domingos, en la mañana, iba al Prado
y esbozaba planos cubistas de la composición de diversas pinturas. El trayecto
de la Academia a la Residencia de Estudiantes, lo hacía siempre en tranvía. De este
modo gastaba como una peseta diaria, y me atuve a este programa durante varios
meses”. Ni siquiera las sugerencias de su padre incitándole a suavizar tan “ascética
conducta” hacen mella en el joven pintor que, sin relación alguna con el
entorno residencial, trabaja febrilmente en el silencio de su habitación, que
le sirve de taller: “En mi cuarto –prosigue- empezaba a ejecutar mis primeras pinturas
cubistas, que estaban directa e intencionalmente influidas por Juan Gris. Eran casi
monocromas. Como reacción contra mis anteriores periodos colorista e
impresionista, los únicos colores de mi paleta eran blanco, negro, siena y
verde aceituna”. Su obra de esta etapa –“todo en mis pinturas iba tomando un
sabor cada vez más severo y monástico”- refleja, en opinión del mismo Dalí, su
forma de vida “tan metódica, sobria y aplicada”.
La elocuente transformación de Salvador Dalí a que se ha hecho referencia manifiesta la huella de sus tes años pasados en la Residencia; del estímulo creador que supuso convivir durante ese periodo con algunos residentes constituyen buena muestra sus colaboraciones ya señaladas con García Lorca y Buñuel, con quienes se mantendría en contacto años después de dar por terminada su estancia en la institución de la calle Pinar.
Un hecho casual iba a romper, finalmente, al cabo de cuatro
meses, su retraimiento, y provocar su integración en el grupo de la vanguardia
artística y literaria que hasta entonces le conocía como “el pintor
checoslovaco”, según señala Buñuel, o “el músico”, o “el artista”, o “el polaco”,
de acuerdo con lo que indica el propio Dalí, que atribuye justamente este
rechazo inicial a su aspecto general. “Un día en que me hallaba fuera, la
camarera había dejado mi puerta abierta, y Pepín Bello vio, al pasar, mis dos
pinturas cubistas. No pudo esperar a divulgar tal descubrimiento a los miembros
del grupo. (…) Vinieron en grupo a mirar mis pinturas y, con el esnobismo que
llevaban ya agarrado al corazón, amplificada su admiración en gran manera, su
sorpresa no conocía límites. ¡Que yo fuera pintor cubista era lo último que se
les hubiera ocurrido! Admitieron francamente su antigua opinión de mí y me ofrecieron
su amistad incondicional”.
Superados algunos recelos, el pintor descubre en este ambiente, una nueva forma de vida
inspirada sin duda en ese “dandismo combinado con cinismo” Que, en su opinión, “manifestaban
con consumada mundanidad” sus recientes amigos. El acercamiento a intelectuales
de muy diverso significado, el contacto con las vanguardias artísticas y literarias
en la Residencia y fuera de ella –las tardes en cafés, las veladas en el Ritz,
en el Crystal Palace, en el Club del Rector, en el Florida, en teatros y tabernas-
abren horizontes muy amplios al retraído y provinciano Salvador Dalí. “El grupo
me enseñó a ‘ir de juerga’”.
Tal aprendizaje simboliza ejemplarmente la radical
transformación de Dalí, y ante todo, de sus antiguas costumbres austeras y
ahorrativas, ahora totalmente modificadas. Se efectúa un drástico cambio en su
peinado, ahora corto y alisado hacia atrás con brillantina. Finalmente una
nueva indumentaria, lo que al cabo de tres días completó su nuevo aspecto: con
ello, “mi potencialidad de dandismo quedaba ya definitivamente establecida”
comenta Dalí. El influjo del ambiente residencial, canalizado a través de su
grupo más vanguardista, aparece expresamente reconocido por el pintor al
presentar su cambio como un intento de armonización con el entorno.
La elocuente transformación de Salvador Dalí a que se ha hecho referencia manifiesta la huella de sus tes años pasados en la Residencia; del estímulo creador que supuso convivir durante ese periodo con algunos residentes constituyen buena muestra sus colaboraciones ya señaladas con García Lorca y Buñuel, con quienes se mantendría en contacto años después de dar por terminada su estancia en la institución de la calle Pinar.
Las ilustraciones de Dalí para la revista Residencia, de las
que se dará cuenta más adelante, adquieren así valor no sólo como muestra de su
contribución al centro residencial, sino como testimonio de su quehacer de
dibujante en esa etapa.
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