martes, 11 de diciembre de 2012

"El Grupo de los Alacres": Salvador Dalí


Salvador Dalí se instala en la Residencia de Estudiantes en el otoño de 1922, coincidiendo con su primer viaje a Madrid y su inscripción, para seguir la carrera de pintor, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, tras realizar un examen de ingreso. Su padre, el notario Figueras Salvador Dalí y Cusí, y su hermana Ana María, que le acompañan, se hospedan asimismo unos días en la Residencia, prueba indudable de la flexibilidad del centro.

El aire poco convencional del joven pintor, que, nacido el 13 de mayo de 1904, tiene entonces dieciocho años –“la indumentaria de Salvador”, escribe Ana María Dalí, “llegaba ya a un grado de extravagancia alarmantes. (…) La melena le cubría enteramente el cogote; la chalina asumía unas proporciones enteramente anormales; llevaba, además una boina negra y peluda, y una capa muy extraña”-. El propio Salvador Dalí recuerda especialmente que durante una sesión cinematográfica a la que asistió con su familia en esos días “todos se volvían para mirarme, como si fuera una cosa muy rara. Con mi chaqueta de terciopelo; mi cabello, que llevaba como una niña; mi bastón de puño dorado, y mis patillas, que bajaban hasta más allá de la mitad de mis mejillas, mi aspecto era en verdad tan exótico e insólito, que me tomaban por actor de teatro”.


La primera impresión que el pintor produce, recién llegado, en los residentes parece estar fuertemente marcada por su aspecto estrafalarios que, por lo demás, acentuaría en los primeros mese de estancia en la Residencia: “Compré un gran sombrero de fieltro negro –escribe Salvador Dalí, rememorando ese periodo,- y un apipa que no prendía ni fumaba nunca, pero que mantenía constantemente colgando a un lado de mi boca. Me asqueaba el pantalón largo, y decidí llevarlo corto, con medias y a veces bandas. Los días de lluvia llevaba un impermeable que había traído de Figueras, pero tan largo que casi llegaba al suelo. Con este impermeable, llevaba el gran sombrero negro, del cual surgía mi cabello a cada lado como crines”. Buñuel, que le describe como “un muchacho tímido, con una voz grave y profunda”, y le atribuye “una viva irritación hacia las exigencias cotidianas de la vida”, destaca, además de su largo pelo, su “atuendo extravagante, consistente en un sombrero muy grande una chalina inmensa, una americana que le llegaba hasta las rodillas y polainas”. Su retraimiento, su timidez, rasgos a los que además de Buñuel hacen referencia otros testimonios –“Salvador Dalí, entonces, me pareció muy tímido y de pocas palabras”, recuerda Alberti. “Me dijeron que trabajaba todo el día, olvidándose a veces de comer o llegando a ya pasada la hora al comedor de la Residencia”-, y que Moreno Villa resalta en un penetrante retrato del entones joven residente –“Delgaducho, casi mudo, encerrado en sí, tímido (¿quién lo dijera?), como un niño abandonado por primera vez o separado violentamente de su padre y de su hermana, melenudo, no muy limpio, enfrascado siempre en las lecturas de Freud y de los teorizantes modernos de la pintura!-, le mantiene los primeros meses al margen de la vida residencial y sin contacto alguno con el grupo al que posteriormente se vincula tan íntimamente.


Resumiendo esta etapa de soledad y aislamiento, de dedicación exclusiva a la pintura, escribe Dalí: “Me lancé a mis estudios en la Academia con la mayor resolución. Mi vida se reducía estrictamente a mis estudios. No vagaba ya por las calles, no iba al cine. Salía sólo para ir de la Residencia de Estudiantes a la Academia y para regresar de la Academia a la Residencia. Evitando los grupos que se reunían en ésta, iba directamente a mi pieza, donde me encerraba para continuar mis estudios. Los domingos, en la mañana, iba al Prado y esbozaba planos cubistas de la composición de diversas pinturas. El trayecto de la Academia a la Residencia de Estudiantes, lo hacía siempre en tranvía. De este modo gastaba como una peseta diaria, y me atuve a este programa durante varios meses”. Ni siquiera las sugerencias de su padre incitándole a suavizar tan “ascética conducta” hacen mella en el joven pintor que, sin relación alguna con el entorno residencial, trabaja febrilmente en el silencio de su habitación, que le sirve de taller: “En mi cuarto –prosigue- empezaba a ejecutar mis primeras pinturas cubistas, que estaban directa e intencionalmente influidas por Juan Gris. Eran casi monocromas. Como reacción contra mis anteriores periodos colorista e impresionista, los únicos colores de mi paleta eran blanco, negro, siena y verde aceituna”. Su obra de esta etapa –“todo en mis pinturas iba tomando un sabor cada vez más severo y monástico”- refleja, en opinión del mismo Dalí, su forma de vida “tan metódica, sobria y aplicada”.

Un hecho casual iba a romper, finalmente, al cabo de cuatro meses, su retraimiento, y provocar su integración en el grupo de la vanguardia artística y literaria que hasta entonces le conocía como “el pintor checoslovaco”, según señala Buñuel, o “el músico”, o “el artista”, o “el polaco”, de acuerdo con lo que indica el propio Dalí, que atribuye justamente este rechazo inicial a su aspecto general. “Un día en que me hallaba fuera, la camarera había dejado mi puerta abierta, y Pepín Bello vio, al pasar, mis dos pinturas cubistas. No pudo esperar a divulgar tal descubrimiento a los miembros del grupo. (…) Vinieron en grupo a mirar mis pinturas y, con el esnobismo que llevaban ya agarrado al corazón, amplificada su admiración en gran manera, su sorpresa no conocía límites. ¡Que yo fuera pintor cubista era lo último que se les hubiera ocurrido! Admitieron francamente su antigua opinión de mí y me ofrecieron su amistad incondicional”.

Superados algunos recelos, el pintor descubre en este ambiente, una nueva forma de vida inspirada sin duda en ese “dandismo combinado con cinismo” Que, en su opinión, “manifestaban con consumada mundanidad” sus recientes amigos. El acercamiento a intelectuales de muy diverso significado, el contacto con las vanguardias artísticas y literarias en la Residencia y fuera de ella –las tardes en cafés, las veladas en el Ritz, en el Crystal Palace, en el Club del Rector, en el Florida, en teatros y tabernas- abren horizontes muy amplios al retraído y provinciano Salvador Dalí. “El grupo me enseñó a ‘ir de juerga’”.
Tal aprendizaje simboliza ejemplarmente la radical transformación de Dalí, y ante todo, de sus antiguas costumbres austeras y ahorrativas, ahora totalmente modificadas. Se efectúa un drástico cambio en su peinado, ahora corto y alisado hacia atrás con brillantina. Finalmente una nueva indumentaria, lo que al cabo de tres días completó su nuevo aspecto: con ello, “mi potencialidad de dandismo quedaba ya definitivamente establecida” comenta Dalí. El influjo del ambiente residencial, canalizado a través de su grupo más vanguardista, aparece expresamente reconocido por el pintor al presentar su cambio como un intento de armonización con el entorno.

La elocuente transformación de Salvador Dalí a que se ha hecho referencia manifiesta la huella de sus tes años pasados en la Residencia; del estímulo creador que supuso convivir durante ese periodo con algunos residentes constituyen buena muestra sus colaboraciones ya señaladas con García Lorca y Buñuel, con quienes se mantendría en contacto años después de dar por terminada su estancia en la institución de la calle Pinar.

Las ilustraciones de Dalí para la revista Residencia, de las que se dará cuenta más adelante, adquieren así valor no sólo como muestra de su contribución al centro residencial, sino como testimonio de su quehacer de dibujante en esa etapa.









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