El primer contacto de Federico García Lorca con la Residencia de Estudiantes se produce en la primavera de 1919. Curiosamente, la decisión de instalarse en el
centro residencial dependiente de la Junta sustituye al proyecto inicial de
ampliar estudios en Bolonia, probablemente en el colegio español de San
Clemente: “Me tenían preparado-precisa el poeta en 1928- el que me marchara
pensionado a Bolonia. Pero mis conversaciones con Fernando de los Ríos me
hicieron orientarme a la ‘Residencia’ y me vine a Madrid a seguir estudiando
Letras”.
El muy
escaso interés de Federico García Lorca por los estudios universitarios, a pesar
de las recomendaciones paternas, no se acrecentaría, desde luego, en la
Residencia: su condición de estudiante universitario en la Facultad de
Filosofía y Letras tiene, es obvio, una importancia secundaria en relación con
la estancia en el centro residencial, que discurre por derroteros bien distintos
a los reglamentados cauces académicos. Muchos años después, Jiménez Fraud
recordará su primera entrevista con el poeta que nacido el 5 de junio de 1898,
aún no había cumplido veintiún años: “y veo, sin embargo, claramente, la
entrada en mi despacho de aquel joven moreno, de frente despejada, ojos
soñadores y sonriente expresión, que veía a Madrid a solicitar su entrada en la
Residencia”.
En el mes de noviembre de 1919, García Lorca sale de Granada
para instalarse en Madrid y ocupar su plaza residencial concedida para ese
curso. Se iniciaba así la prolongada vinculación del poeta con la Residencia de
Estudiantes que, a pesar de verse interrumpida en múltiples ocasiones –“Él
venía por temporadas, de un modo irregular”, escribe Moreno Villa. “A veces se
quedaba un año entero”-, se prolonga durante casi una década. A lo largo de
esos años, la Residencia constituyó un horizonte especialmente atractivo par García
Lorca: “Pasaría largas temporadas alejado de ella, es cierto, especialmente en
Granada- dice Gibson-, pero siempre que podía, volvería a la colina de los
Chopos”. Ocasión y razón de amistades fecundas –“si Federico tenía entre los
residentes numerosos amigos, el grupo que más frecuentaba era mucho más
reducido y se componía principalmente de Emilio Prados, Luis Buñuel, Pepín Bello,
Juan Vicens y Salvador Dalí. A partir del otoño de 1924 también formará parte
del grupo Rafael Alberti, asiduo visitante de la Residencia aunque nunca
viviría allí”-.



Su adecuación a la atmósfera residencial, en la que “ se
movería como pez en el agua!, su identificación con el ambiente allí reinante, “ambiente
del cual se empapa Federico a partir de 1919 y que tanta mella hace en su
sensibilidad”, se hacen patentes, en opinión de Gibson, en numerosos poemas
reunidos en el libro Canciones, de forma que esta obra “será, sin que se lo
proponga el poeta, el mejor homenaje de Lorca a la Colina de los Chopos”. Muchos
de esos poemas reflejan el “espíritu lúdico que animaba a aquel grupo de
camaradas y de sus amigos, con sus reuniones de ‘la desesperación del té’, sus
elegantes atuendos, sus sesiones
alrededor del piano, sus interminables conversaciones nocturnas y sus visitas a
Toledo”. Y, estableciendo un paralelismo entre la características de tales
poemas y las de la atmósfera residencial, añade Gibson: “Lo que llama la
atención en primer lugar son el humor, la elegancia y la alada gracia de estos
versos: elementos todos ellos que recuerdan el ambiente de la Residencia de
Estudiantes”.
En la obra de García Lorca hay referencias concretas al
centro residencial y dedicatorias a algunos de sus habitantes o a personas muy
vinculadas al mismo que resultan expresivas de esa relación. La relación establecida en la Residencia entre
García Lorca, Dalí y Buñuel tuvo un importante alcance creador y artístico para
los tres. Para explicar el influjo del superrealismo en los dibujos de García
Lorca, Jorge Guillén apela a la estrecha convivencia del poeta en la Residencia
de Estudiantes con Salvador Dalí e incluso son Luis Buñuel. Y la conocida
contribución de Dalí a la puesta en escena de Mariana Pineda constituye una
cumplida muestra de los resultados de esa amistad residencial.
Federico García Lorca, que en 1928 era ya considerado “poeta
oficial de la Residencia” colaboró en la vida cultural de la Institución, impartiendo
algunas conferencias y conciertos públicos, estimulando sus actividades
teatrales, y, sobre todo, aunque más indirectamente, contribuyendo con su mera presencia
a convertir la sede de los Altos del Hipódromo en el centro poético de su
generación y, de forma más general, en un núcleo de fecunda actividad creador: “Su
habitación de la Residencia -recuerda Luis Buñuel- se convirtió en uno de los
puntos de reunión más solicitados de Madrid.”
Incluido en el grupo “alacre” de la Residencia, su “alma
musical”, en la que “radicaba su poder, su secreto fascinador”, ejercía, según
Moreno Villa, un fuerte atractivo sobre los residentes con la sola noticia de
su llegada –“ ‘¡Federico sale de Granada, mañana lo tenemos aquí !’ gritaba
alguien en la Residencia, como quien ve acerarse una alegre cabalgata sonora”-
si bien, “no todos los estudiantes le querían. Algunos olfateaban su defecto y
se alejaban de él”.




Carta inédita que publica el País.
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